martes, 8 de agosto de 2023

Roxana




 

La juventud es un sueño.

El amor el contenido de ese sueño.

Kierkegaard.




No me enojó que me digas que no. Quede encantado. El “no” es como un grupo de choque. Te sacude. Hace volar el polvo de tu solapa. Dispersa un poco la muerte. El no, es siempre un motor de arranque de algo nuevo. Antes de algo nuevo existe un no. El sí está sobrevalorado. El sí es continuo, como una línea. El no quiebra esa línea.  No me enojó que me digas que no la otra vez. Me gusto. Quede encantado.

- ¿Cómo está usted? - Estoy bien. - Digo: ¿se siente bien? – Mire. Me reconstruyo a cada hora, a cada paso. Ya no me importa que duela. Convivo y coexisto con el dolor. Cada día que despierto, hay unos segundos en donde siento dolor. Hice de todo para evitarlo. Despertar mas temprano, mas tarde, levantarme mas rápido, dormir con ropa, sin ropa, dejar la ventana abierta, estar en la oscuridad… no importa, haga lo que haga, el dolor siempre se presenta inevitablemente. Termine por darme cuenta que el dolor es parte de mí como un pedazo de uña, y ya no me importa que duela. Aunque en realidad, ahora sí me importa, porque deje de negarlo y no busco hacer nada para evitar aquello que nunca se ira; así que todo lo contrario, convivo y coexisto con “ella”, converso con ella, incluso la abrazo, como si fuese una amiga que necesita afecto en un mundo que esta desafectado. El dolor es intenso, pero al final hay una “gracia”, una “conversión”, como todas las cosas. Ahora, me despierto y espero que duela. Me digo: si no me duele, no me voy a curar. Quiero que duela todo lo que pueda aguantar mi cuerpo y mi alma, y también más. De esa forma me voy a curar. Volveré a ser un color puro, sin ninguna mezcla.

 

¿Fue esto la vida? Muy bien. Otra vez.

Nietzsche.



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De camino al estudio, por la Av. Urquiza, vi a una mujer parada en una esquina, creo que era sobre la Av. Santa Catalina. Yo pasaba con el auto, lo cual mi observación no fue del todo clara, pero aun así pude notar que se trataba de una mujer con una belleza floreada en la piel. Su rostro, portaba una sonrisa cómplice con los demás que sabían que ella era una mujer hermosa como también ella lo sabía.

Salía a caminar, lo deduje por su ropa deportiva, calza y buzo rosado de algodón. A su lado llevaba un perro con correa; y aquí se presenta el primer elemento que contrasta con su belleza. No hay nada de lo que se pueda considerar estético, en una persona que tiene en la mano una correo y en el otro extremo a un animal. Mi crítica estética y ética se dispara.

En ese momento, había ocurrido la contaminación de la bahía de El Brete. Parte del rio del Paraná envuelto de desechos cloacales, es decir en mierda humana. Por la posición del cuerpo de esta mujer, deduje que se dirigía hacia ese lugar, hacia la costa, que quedaba a no más de cuatro cuadras de distancia de donde estaba. Su prestancia física y moral no armonizaba con lo que sucedía en ese contexto de tiempo y espacio. Mi crítica ética y política se dispara. Luego, entendí que su sonrisa cómplice no podía ser, entre tanto la vida no permitiría tenerla por el propio peso de su angustia, y allí mi crítica existencial se dispara. De todo eso, no quedaba más que solo una belleza que no se extendía más allá de su propia piel.

Me gustaría hacer una pequeña aclaración. Cuando hago referencia a una persona con una correa y un perro, en realidad me refiero a esa gente que hace de la correa, del animal y de la forma de colocar la mano, como parte de su vestimenta. Como un accesorio más, como si fuese lo mismo que utilizar un cinto o un sombrero. Quiero decir, hacer del animal un objeto más, llevando a la misma persona que lo sujeta a convertirse también en uno, perdiendo su condición de persona.

Cuando llegue al estudio, me detuve en frente y me quede pensando. A veces, apenas llego o apenas salgo me quedo pensando si verdaderamente quiero entrar o irme, si quiero seguir con esto que hago, o quiero hacer otra cosa o no quiero hacer nada. Si pienso mucho, me doy cuenta que este mundo no te da ningún margen para caerte y eso me desespera un poco. Después, veo que se acerca caminando una chica por la vereda. Cuando está a pocos metros de mi auto, la observo desde adentro y ella también lo hace a través de los vidrios polarizados. Como ella está afuera y yo adentro, seguramente yo la veo mejor. Ella me vera un poco en penumbras, además yo la veo de pie, en movimiento, ella me ve quieto y sentado. Su mirada era violenta, pesada, como enojada por todos los pasos que todavía le faltaban por hacer para llegar a su destino. Si bien su belleza, era contraria a la mujer vista unos minutos atrás, también afloraba en su piel, pero de un modo diferente. Una belleza rara. Esta chica no sonreía, estaba vestida de negro como señal de luto; su cabello rubio y su piel pálida contrastaban perfectamente con su ropa. No llevaba ninguna correa, y en el momento justo que paso por mi lado, saco un cigarrillo del bolsillo de su campera, se lo llevo a la boca y lo encendió. El motivo por el cual me gustan las personas que fuman, es que en ellas hay algo malo en su interior que necesita ser ahogado por el humo que se inhala.

Era una mujer atormentada. Como Alejandra. Como yo. Como lo eras vos, y por eso me gustabas.  


Una vez vos me propusiste un: “¿qué tal si Roxana y Exequiel se van de viaje juntos?”. Lo decías coincidiendo con nosotros, y nuestro viaje al sur. Yo no te dije nada porque no quería mencionar que Roxana y Exequiel se terminaban separando, volviéndose seres melancólicos y sensibles a un mundo que se apagaba a su alrededor, ante sus ojos.

Te conté sobre Roxana y Exequiel, te leí su historia y la cambié según tus recomendaciones. Cuando escribía algo nuevo, te lo mostraba para que los observaras. Una vez, cuando estaba en Mar del Plata y vos en Buenos Aires, te compartí una situación en que Roxana y Exequiel estaban en un concierto de música clásica. A Exequiel se le cae su lapicera sobre la alfombra roja y no logra encontrarla, porque la lapicera era del mismo color que la alfombra. En esa búsqueda, Exequiel nota las piernas de Roxana, sobreviniéndole la misma sensación que tendría un mendigo al encontrar una billetera cargada de billetes, entonces, no se resiste a tocarla, levanta levemente su pollera y descubre su tanga roja, del mismo color que la alfombra y su birome. Eso había pasado con nosotros dos cuando fuimos al teatro un par de meses atrás.

Lo que yo te quería decir, era por un lado que yo pensaba mucho en vos aun estando lejos de tu cuerpo, lejanía que ya se constituía cuando estaba a más quince metros de distancia. Que lejos te siento hoy pero que cerca te pienso. Por otro lado, el mensaje era como una metáfora. Exequiel se olvida de su birome al mismo tiempo que se concentra en la tanga de Roxana. Era el dilema entre escribir o estar con Roxana. Evidentemente Exequiel, en realidad, era un escritor como yo y no un empresario del arte como lo había descripto en algún momento. Así que como todo escritor, también para Exequiel era un problema cuando no escribía, y todas las personas que ocupaban ese espacio vacío de no estar escribiendo de una forma lo suficientemente intensa, también se volvían un problema como persona para él.

A mí me pasaba eso con vos, aunque no siempre y tampoco con una suficiente intensidad de determinación. Digo, a la historia de Roxana y Exequiel la escribe en tu casa, con vos, mientras cocinabas o hacías tazas de arcilla; lo mío no escapa de una contradicción propia de todo ser humano, donde me pregunto, al igual que Erdosain, el personaje de Roberto Arlt, “¿Porque existe en mi un vacío tan inmenso, un vacío en el que mi consciencia se disuelve sin acertar con palabras que ahuyenten mi pena de un modo eterno?”.

No quise escribir más la historia por qué no la podía manipular con las manos. Sabía que si no quería que se termine, lo único que podía hacer era dejar de escribir, ya que si lo hacía no podía influir en ellos. Me había vuelto un titiritero cuyas manos eran manejadas por sus propias marionetas. No quise escribir más sobre ellos, pero en ese momento no te dije nada y ante tu propuesta solo sonríe y miré lejos.




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Exequiel no dormía mucho, no por falta de tiempo pero sí por que dormir demasiado lo hacía soñar. Exequiel tenía problemas con los sueños. Unos minutos de más con los ojos cerrados y el mundo de los sueños estaba ante él. Precisamente el sueño para Exequiel era un dilema, una incógnita, algo normal a lo que preguntarse. Después de soñar le dolían los brazos y la cabeza. Le costaba levantarse. Vivir un sueño es agotador. Y vivirlo tan precisamente mucho más. Había soñada con ella. Ante la pregunta de: -¿Cómo estás? Ella respondía - Ahora feliz de tener tu lindo rostro de nuevo cerca. Y lo abrazaba.

Exequiel, con emociones desbordantes, no aguantaba y le besaba los cabellos, el cuello y la frente.  Ella decía - ¡Para! Guarda un poco para después. Y se reía. Para Exequiel no había un después.

Exequiel la busco a la salida de una tienda de ropas, él tenía un descapotable, era azul con butacas de cuero y yantas de aluminio, se fueron a un parque y se sentaron en un banco algo escondidos, pero a la vez, a la vista de todos. Allí conversaron, él le contó su día y ella contó todos los días que había pasado sin él.  

No sé si Roxana estaba allí. No sé si Roxana era ella o espiaba a ellos desde algún rincón detrás de un árbol. No lo sé. Pero sé que Exequiel al menos sospechaba que Roxana estaba allí.