jueves, 18 de enero de 2024

3 Relatos








Encontrando a nadie

Me siento frente a una mesa, apoyo mi cuaderno y comienzo a escribir. Las hojas de mi cuaderno se están agotando, y cuando esto ocurra, su destino será un mueble, junto con otros cuadernos que han pasado por lo mismo.

Al terminar un cuaderno, siento que también se completa una parte de mí, algo distante y profundo, como un suspiro de vida desvaneciéndose. Reflexionando, nunca he vuelto a abrir un cuaderno terminado. Quizás esto me inquiete; quizás experimente la misma sensación que al mirar una foto de joven. En él, no solo hay escritos; también folletos de museos, entradas de teatro, hojas de árboles, algún sobre, separadores, poesía en papeles rotos, fotografías, tarjetas de sujetos que aún las usan para presentarse, en fin; una amalgama de objetos que evocan situaciones que en su momento no parecían especiales, como ahora sí.

Es curioso, pero mientras escribo, soy consciente de que estoy agotando este cuaderno y lo relego al olvido, a una oscuridad que difícilmente alguien iluminará. He compartido tanto tiempo con él, en distintos lugares, escuchando voces variadas, nutriéndose con la luz del día y la noche. Ahora, está a punto de quedarse quieto como un cuadro en la pared, pero cubierto solo por tapas lisas que no lograrán expresar su contenido.

Antes de llegar aquí y sentarme a escribir, recorrí en bicicleta el centro de la ciudad. Visité la librería en busca de un libro encargado hace dos semanas, pero aún no había llegado. En su lugar, encontré un libro de poesías que captó mi interés, ya que días atrás, para el cumpleaños de mi madre, había impreso algunos poemas de ese mismo libro en digital. Terminé comprándolo. Hable con Ivana sobre el feminismo a raíz del título "El segundo sexo" de Simone de Beauvoir, que reposaba en una mesa junto con otros libros. Pregunté por su valor, pero ella me expreso que ese libro no estaba a la venta, revelando que concebía el mercado de una manera no convencional. Dijo- no, no, afirmando con su rostro, y enseguida lo agarro y lo guardo.

La conversación, como suele ocurrir con ella, divagó hacia distintos lugares, y me preguntó si conocía a una cantante negra de blues, que según ella era una figura destacada en la liberación femenina. Respondí que no, aunque me quedé pensando si verdaderamente no la conocía. Recordé a otra cantante negra de blues que había fallecido recientemente; Tina Turner se convirtió en el nombre de mi habitación en un hostel en Bariloche. Ivana colocó un disco de vinilo y volvió a preguntar. - ¿La conoces? Respondí nuevamente que no, sin revelar que estuve pensando en alguien.

Tras unas palabras más, salí con mi nuevo libro de poesías. Creí ver a alguien cruzar la calle, pero fue solo una ilusión. Subí a la bicicleta y fui al museo, observé cuadros, escuché música con auriculares. Luego, recorrí la ciudad en busca de alguna presencia, pero todo fue en vano. Decidí detenerme en una cervecería junto a una casa antigua que me agrada. Las veces que voy allí me siento en la vereda de esa edificación, nunca en la vereda del bar. Yo quiero estar en otro lado, pero me veo en la necesidad de usar la barra de esa cervecería y simular con un trago mi gusto raro. Leí poesía en voz alta para mí mismo, con la imagen de alguien persistente en mi mente. Retomé la bicicleta y exploré lugares del centro a los que no había ido, miré interiores, pero no encontré a nadie. Decidí ir a otra cervecería que sabía era más concurrida, aunque al llegar, me di cuenta de que estaba vacía. Aun así, me senté, apoyé mi cuaderno y comencé a escribir, con la esperanza de que alguien pasara por allí, en algún momento, ya sea en auto, en bici, caminando; solo quería ver a alguien.

En el museo, en una sección, había papeles y marcadores para que la gente escribiera sus sueños. Pegué uno en la esquina de una mesa con la frase: "Mi sueño es volver a ver a alguien".

Sigo aquí escribiendo, sin poder encontrar a nadie. Mi cuaderno se agota, y no hay testigo de ello.



Francis

Francis había buscado recapacitar sobre su locura, pensando hacia atrás. Francis no quería buscar nada adentro de sus entrañas. No quería ver cada cosa en su lugar.

Habían sido semanas complicadas. Se acababa fin de año y lo que podía apreciar al corto plazo, no tenia mucha similitud con lo que había planificado meses atrás.

En su campera de jean, una herencia de su padre devenida de la moda de los años 50, había encontrado en uno de sus bolsillos notas sobre posibles destinos veraniegos. Costa de mar, lago de montaña, o viñedos. El camino del vino en Mendoza, decía una de ellas.

Francis, a estas alturas, no es que se haya olvido de aquello, sino que lo empezaba a observar desde muy lejos, y su imaginación se empezó achicar como un globo que se desinfla.

Francis, no se sentía bien.

Primero fue su pierna, fractura expuesta a la altura de la rodilla. Dolió; fue un golpe duro. Aun así, Francis lo tomo con postura y madurez. Al instante del quiebre, pensó en su padre, ya que en ese momento tenía puesta la campera de jean. Pensó en el merecimiento de la tragedia, y se convenció a si mismo, que así debería ser.

Pasaron los días, las cosas se acomodaron un poco, la rodilla sanó, y el animo fue suficiente para poder disimular una cercanía lo mas corrido hacia lo correcto.   

Sin embargo, a medida que los días avanzaban, Francis notó que algo más estaba fracturado dentro de él. Las sombras de la duda y la inquietud se cernían sobre su mente, como nubarrones que amenazaban con convertirse en tormenta.

Su trabajo, que alguna vez fue su fuente de satisfacción, ahora se le antojaba como una jaula que limitaba sus sueños y aspiraciones. Luego del accidente, su pierna le impedía moverse con la facilidad de antes. Su labor, que consistía en realizar notas periodísticas en la calle, se tornaba difícil por el ritmo de los días. Había veces, por ej. que el camarógrafo filmaba la escena, y él llegaba segundos después con el micrófono. Una mañana, su jefe le dijo, - así no podés seguir, y lo despidió sin más.

Al perder el empleo, perdió dinero, y eso lo obligo a mudarse a un lugar mas modesto. Si bien no vivía en un lugar lujoso, su departamento tenia buena vista, y siempre eso fue un motivo para alegrarse. Ahora se iría a planta baja, hacia el fondo de un pasillo largo y con poca luz.

Una tarde, mientras ordenaba su nuevo cuarto, reviso en los bolsillos de su campera de jean, vio las notas de destinos veraniegos y algo hizo clic en su cabeza. Recordó el mar, el lago, los viñedos; y sintió que era la señal que necesitaba para escapar de la rutina que lo aprisionaba. Decidió que, a pesar de las complicaciones y las semanas difíciles, no podía permitirse ignorar sus deseos más profundos.

Se sentó en la mesa con su ordenador, y empezó a planificar su viaje; busco rutas, pasajes, estadías. Dejo atrás las nuevas obligaciones laborales y la monotonía que lo envolvían. Francis sabía que necesitaba renovar su perspectiva, buscar la cura para lo que sea que lo aquejara.

Empacó su campera de jean, sus notas de posibles destinos, y partió hacia Mendoza en busca de una renovación personal. El camino del vino le ofreció no solo una experiencia sensorial inolvidable, sino también la oportunidad de reflexionar sobre su vida y sus elecciones. Con cada copa de vino, Francis sintió cómo la pesadez de sus preocupaciones se disipaba y cómo la belleza del entorno le devolvía la claridad mental que buscaba.

Durante esos días, Francis exploró viñedos, probó diferentes variedades de vinos, quesos, aceitunas, mujeres hermosas, y se sumergió en la cultura local. Con cada paso que daba, se alejaba más de la sombra de su antigua vida y se acercaba a una nueva versión de sí mismo.

Al regresar a casa, la campera de jean ahora cargaba no solo las notas de posibles destinos veraniegos, sino también el aroma de la aventura y la libertad. Francis comprendió que, a veces, es necesario alejarse de la realidad para encontrar la verdad que reside dentro de uno mismo. Alejarse del circulo por donde uno transita la mayor parte del tiempo.

Con una pierna completamente curada y el corazón renovado, estaba listo para enfrentar el futuro con una perspectiva más amplia y una determinación renovada.


Monedas

Estoy al borde de pensar en una locura interminable - pensó. Soñar con un espacio de color alusivo. El color no se puede pensar; no puede ser definido; solo se da. Lo vemos, nos atenemos a él y decimos: es rojo, es azul; es verde. Es una cualidad; es el mundo en el que vivimos y viviremos. Un contexto irracional. La ilusión de un sueño que nos hace despertar, en la cama, transpiramos, estamos inquietos y avergonzados. El mundo de los sueños y de los colores es tan real como una piedra en un zapato gastado. Como el punto más pequeño de la piedra, posible de percibir y entender. La verdad no deja de ser, solo la opinión de un hombre pasado que se consagra en el presente, como la realidad misma, que desciende anónimamente sobre la tierra. Sobre nuestra generación…

 

Álvaro había comprado dos monedas para la reserva de un próximo tiempo. Cuando los bares venden objetos cuyo valor equivale a un vaso de cerveza, lo hacen con el fin de que el acto de comprar sea aún más animado de lo que ya es comprar un vaso de cerveza, en la noche, en un patio, escuchando a Queen. Si pensamos bien, la venta es de la moneda y no de la cerveza, ya que se podrían comprar 100 monedas y llevárselas todas en los bolsillos. Sentir monedas en los bolsillos sería como sentir un vaso de cerveza en él, sin tanto peso y sin humedad, claro. A su vez, se hace más sencillo invitar un trago a una chica, ya que solo quedaría regalar una de las monedas y no tener que sacar unos cuantos billetes de alguna billetera, metida en algún pantalón. También, la chica se sentiría menos prostituta por no recibir dinero y recibir solo una moneda. Más allá de la equivalencia entre una moneda y una cerveza, el acto esconde un elemento importante, y es que la chica no podrá irse con la moneda a tomar el vaso de cerveza en otro bar, ya que el intercambio se da solo en un solo lugar. De este modo, se lograría que nadie escape. Todo esto, también es más estético y creo que un director de cine lo pensaría de esa forma; eligiendo una moneda que sea de color rojo, un flaco que sea como Andrés y una flaca que sea como Alejandra.

Andrés es un joven de estatura media con una complexión física atlética. Su cabello castaño claro y despeinado, le da un aspecto relajado. Alejandra, tiene un cabello oscuro que cae en ondas, enmarcando un rostro expresivo y decidido. Lleva un estilo de vestir elegante, pero cómodo, con cierto toque de individualidad.  

En definitiva, lo expuesto aquí es identificable a reglas determinadas en un espacio concreto, y esto configura un ejercicio abusivo, que casi siempre es del dueño hacia sus clientes. Es por eso que, a Álvaro, no le gustan los lugares con tales prácticas de consumo; porque no le gusta verse dominado. Aun así, no puede negar que, a pesar, la situación se presentó liberadora y el tiempo pasó claro y ligero como una estrella en el firmamento. Hace tiempo que no me siento tan liberado y no me pongo esta campera -piensa.  ¿Cuándo fue la última vez que sentí una gota de lluvia en mis dedos? -se pregunta y no se puede responder.

Suena Radio Ga de Queen.




-          Que en lugar haya cuerpos es una buena noticia - comenta Álvaro, en la mesa.

-          ¿Por qué lo decís? - pregunta Andrés, extendiendo su cuerpo hacia arriba.

-      La mejor forma de vivir es tener autoestima - contesta Álvaro, y continúa: Para tener autoestima, lo primero que hay que hacer es conocer tu cuerpo; y la mejor forma de conocer tu cuerpo es conocer otros cuerpos.

-          ¿Qué cuerpos? - vuelve a preguntar Andrés, no entendiendo, y toma un trago.

-          Todos los cuerpos - contesta Álvaro verborrágico. Esta mesa, este vaso, esta silla, sus patas, las paredes, las flores, a la gente que nos rodea, a todos ellos; a todo. Alejandra interrumpe, lo mira a Álvaro y dice:

-          Pero eso es ser solo un toquetón. Álvaro queda en silencio unos segundos y responde:

-          Puede que sí, Alejandra. Puede que eso sea solo ser un toquetón - y se sonríe livianamente.


Al poco tiempo, todos ellos se retiran del lugar. Sé que Alejandra se fue con dos monedas en sus bolsillos. Sé que Andrés se fue con menos dinero en su billetera que la que tenía al tiempo que llegó. Y sé también que a Álvaro le quedó resonando en su cabeza lo dicho por Alejandra. “Pero eso es ser solo un toquetón”, era una frase que condenaba a la más vulgar simpleza toda su reflexión. Su vida misma.