Encontrando a nadie
Me siento frente a una mesa, apoyo mi cuaderno y comienzo a escribir. Las hojas de mi cuaderno se están agotando, y cuando esto ocurra, su destino será un mueble, junto con otros cuadernos que han pasado por lo mismo.
Al terminar un cuaderno, siento que
también se completa una parte de mí, algo distante y profundo, como un suspiro
de vida desvaneciéndose. Reflexionando, nunca he vuelto a abrir un cuaderno
terminado. Quizás esto me inquiete; quizás experimente la misma sensación que
al mirar una foto de joven. En él, no solo hay escritos; también folletos de
museos, entradas de teatro, hojas de árboles, algún sobre, separadores, poesía
en papeles rotos, fotografías, tarjetas de sujetos que aún las usan para
presentarse, en fin; una amalgama de objetos que evocan situaciones que en su
momento no parecían especiales, como ahora sí.
Es curioso, pero mientras
escribo, soy consciente de que estoy agotando este cuaderno y lo relego al
olvido, a una oscuridad que difícilmente alguien iluminará. He compartido tanto
tiempo con él, en distintos lugares, escuchando voces variadas, nutriéndose con
la luz del día y la noche. Ahora, está a punto de quedarse quieto como un
cuadro en la pared, pero cubierto solo por tapas lisas que no lograrán expresar
su contenido.
Antes de llegar aquí y sentarme a
escribir, recorrí en bicicleta el centro de la ciudad. Visité la librería en
busca de un libro encargado hace dos semanas, pero aún no había llegado. En su
lugar, encontré un libro de poesías que captó mi interés, ya que días atrás,
para el cumpleaños de mi madre, había impreso algunos poemas de ese mismo libro
en digital. Terminé comprándolo. Hable con Ivana sobre el feminismo a raíz del
título "El segundo sexo" de Simone de Beauvoir, que reposaba en una
mesa junto con otros libros. Pregunté por su valor, pero ella me expreso que
ese libro no estaba a la venta, revelando que concebía el mercado de una manera
no convencional. Dijo- no, no, afirmando
con su rostro, y enseguida lo agarro y lo guardo.
La conversación, como suele ocurrir
con ella, divagó hacia distintos lugares, y me preguntó si conocía a una
cantante negra de blues, que según ella era una figura destacada en la
liberación femenina. Respondí que no, aunque me quedé pensando si
verdaderamente no la conocía. Recordé a otra cantante negra de blues que había
fallecido recientemente; Tina Turner se convirtió en el nombre de mi habitación
en un hostel en Bariloche. Ivana colocó un disco de vinilo y volvió a
preguntar. - ¿La conoces? Respondí
nuevamente que no, sin revelar que estuve pensando en alguien.
Tras unas palabras más, salí con mi nuevo libro de poesías. Creí ver a alguien cruzar la calle, pero fue solo una ilusión. Subí a la bicicleta y fui al museo, observé cuadros, escuché música con auriculares. Luego, recorrí la ciudad en busca de alguna presencia, pero todo fue en vano. Decidí detenerme en una cervecería junto a una casa antigua que me agrada. Las veces que voy allí me siento en la vereda de esa edificación, nunca en la vereda del bar. Yo quiero estar en otro lado, pero me veo en la necesidad de usar la barra de esa cervecería y simular con un trago mi gusto raro. Leí poesía en voz alta para mí mismo, con la imagen de alguien persistente en mi mente. Retomé la bicicleta y exploré lugares del centro a los que no había ido, miré interiores, pero no encontré a nadie. Decidí ir a otra cervecería que sabía era más concurrida, aunque al llegar, me di cuenta de que estaba vacía. Aun así, me senté, apoyé mi cuaderno y comencé a escribir, con la esperanza de que alguien pasara por allí, en algún momento, ya sea en auto, en bici, caminando; solo quería ver a alguien.
En el museo, en una sección, había
papeles y marcadores para que la gente escribiera sus sueños. Pegué uno en la
esquina de una mesa con la frase: "Mi sueño es volver a ver a alguien".
Sigo aquí escribiendo, sin poder
encontrar a nadie. Mi cuaderno se agota, y no hay testigo de ello.
Francis
Francis había buscado recapacitar sobre su locura, pensando hacia atrás.
Francis no quería buscar nada adentro de sus entrañas. No quería ver cada cosa
en su lugar.
Habían sido semanas complicadas. Se acababa fin de año y lo que podía
apreciar al corto plazo, no tenia mucha similitud con lo que había planificado
meses atrás.
En su campera de jean, una herencia de su padre devenida de la moda de los
años 50, había encontrado en uno de sus bolsillos notas sobre posibles destinos
veraniegos. Costa de mar, lago de montaña, o viñedos. El camino del vino en
Mendoza, decía una de ellas.
Francis, a estas alturas, no es que se haya olvido de aquello, sino que lo
empezaba a observar desde muy lejos, y su imaginación se empezó achicar como un
globo que se desinfla.
Francis, no se sentía bien.
Primero fue su pierna, fractura expuesta a la altura de la rodilla. Dolió;
fue un golpe duro. Aun así, Francis lo tomo con postura y madurez. Al instante
del quiebre, pensó en su padre, ya que en ese momento tenía puesta la campera
de jean. Pensó en el merecimiento de la tragedia, y se convenció a si mismo,
que así debería ser.
Pasaron los días, las cosas se acomodaron un poco, la rodilla sanó, y el
animo fue suficiente para poder disimular una cercanía lo mas corrido hacia lo
correcto.
Sin embargo, a medida que los
días avanzaban, Francis notó que algo más estaba fracturado dentro de él. Las
sombras de la duda y la inquietud se cernían sobre su mente, como nubarrones
que amenazaban con convertirse en tormenta.
Su trabajo, que alguna vez fue su
fuente de satisfacción, ahora se le antojaba como una jaula que limitaba sus
sueños y aspiraciones. Luego del accidente, su pierna le impedía moverse con la
facilidad de antes. Su labor, que consistía en realizar notas periodísticas en
la calle, se tornaba difícil por el ritmo de los días. Había veces, por ej. que
el camarógrafo filmaba la escena, y él llegaba segundos después con el
micrófono. Una mañana, su jefe le dijo, - así
no podés seguir, y lo despidió sin más.
Al perder el empleo, perdió
dinero, y eso lo obligo a mudarse a un lugar mas modesto. Si bien no vivía en
un lugar lujoso, su departamento tenia buena vista, y siempre eso fue un motivo
para alegrarse. Ahora se iría a planta baja, hacia el fondo de un pasillo largo
y con poca luz.
Una tarde, mientras ordenaba su
nuevo cuarto, reviso en los bolsillos de su campera de jean, vio las notas de
destinos veraniegos y algo hizo clic en su cabeza. Recordó el mar, el lago, los
viñedos; y sintió que era la señal que necesitaba para escapar de la rutina que
lo aprisionaba. Decidió que, a pesar de las complicaciones y las semanas
difíciles, no podía permitirse ignorar sus deseos más profundos.
Se sentó en la mesa con su
ordenador, y empezó a planificar su viaje; busco rutas, pasajes, estadías. Dejo
atrás las nuevas obligaciones laborales y la monotonía que lo envolvían.
Francis sabía que necesitaba renovar su perspectiva, buscar la cura para lo que
sea que lo aquejara.
Empacó su campera de jean, sus
notas de posibles destinos, y partió hacia Mendoza en busca de una renovación
personal. El camino del vino le ofreció no solo una experiencia sensorial
inolvidable, sino también la oportunidad de reflexionar sobre su vida y sus
elecciones. Con cada copa de vino, Francis sintió cómo la pesadez de sus
preocupaciones se disipaba y cómo la belleza del entorno le devolvía la
claridad mental que buscaba.
Durante esos días, Francis
exploró viñedos, probó diferentes variedades de vinos, quesos, aceitunas,
mujeres hermosas, y se sumergió en la cultura local. Con cada paso que daba, se
alejaba más de la sombra de su antigua vida y se acercaba a una nueva versión
de sí mismo.
Al regresar a casa, la campera de
jean ahora cargaba no solo las notas de posibles destinos veraniegos, sino
también el aroma de la aventura y la libertad. Francis comprendió que, a veces,
es necesario alejarse de la realidad para encontrar la verdad que reside dentro
de uno mismo. Alejarse del circulo por donde uno transita la mayor parte del
tiempo.
Con una pierna completamente
curada y el corazón renovado, estaba listo para enfrentar el futuro con una
perspectiva más amplia y una determinación renovada.
Monedas
Estoy
al borde de pensar en una locura interminable - pensó. Soñar con un espacio de
color alusivo. El color no se puede pensar; no puede ser definido; solo se da.
Lo vemos, nos atenemos a él y decimos: es rojo, es azul; es verde. Es una cualidad;
es el mundo en el que vivimos y viviremos. Un contexto irracional. La ilusión
de un sueño que nos hace despertar, en la cama, transpiramos, estamos inquietos
y avergonzados. El mundo de los sueños y de los colores es tan real como una
piedra en un zapato gastado. Como el punto más pequeño de la piedra, posible de
percibir y entender. La verdad no deja de ser, solo la opinión de un hombre
pasado que se consagra en el presente, como la realidad misma, que desciende anónimamente
sobre la tierra. Sobre nuestra generación…
Álvaro
había comprado dos monedas para la reserva de un próximo tiempo. Cuando los
bares venden objetos cuyo valor equivale a un vaso de cerveza, lo hacen con el
fin de que el acto de comprar sea aún más animado de lo que ya es comprar un
vaso de cerveza, en la noche, en un patio, escuchando a Queen. Si pensamos
bien, la venta es de la moneda y no de la cerveza, ya que se podrían comprar
100 monedas y llevárselas todas en los bolsillos. Sentir monedas en los
bolsillos sería como sentir un vaso de cerveza en él, sin tanto peso y sin
humedad, claro. A su vez, se hace más sencillo invitar un trago a una chica, ya
que solo quedaría regalar una de las monedas y no tener que sacar unos cuantos
billetes de alguna billetera, metida en algún pantalón. También, la chica se
sentiría menos prostituta por no recibir dinero y recibir solo una moneda. Más
allá de la equivalencia entre una moneda y una cerveza, el acto esconde un
elemento importante, y es que la chica no podrá irse con la moneda a tomar el
vaso de cerveza en otro bar, ya que el intercambio se da solo en un solo lugar.
De este modo, se lograría que nadie escape. Todo esto, también es más estético
y creo que un director de cine lo pensaría de esa forma; eligiendo una moneda
que sea de color rojo, un flaco que sea como Andrés y una flaca que sea como
Alejandra.
Andrés
es un joven de estatura media con una complexión física atlética. Su cabello
castaño claro y despeinado, le da un aspecto relajado. Alejandra, tiene un
cabello oscuro que cae en ondas, enmarcando un rostro expresivo y decidido.
Lleva un estilo de vestir elegante, pero cómodo, con cierto toque de
individualidad.
En
definitiva, lo expuesto aquí es identificable a reglas determinadas en un
espacio concreto, y esto configura un ejercicio abusivo, que casi siempre es
del dueño hacia sus clientes. Es por eso que, a Álvaro, no le gustan los
lugares con tales prácticas de consumo; porque no le gusta verse dominado. Aun
así, no puede negar que, a pesar, la situación se presentó liberadora y el
tiempo pasó claro y ligero como una estrella en el firmamento. Hace tiempo que
no me siento tan liberado y no me pongo esta campera -piensa. ¿Cuándo fue la última vez que sentí una gota
de lluvia en mis dedos? -se pregunta y no se puede responder.
Suena
Radio Ga de Queen.
-
Que en lugar haya cuerpos es una
buena noticia -
comenta Álvaro, en la mesa.
-
¿Por qué lo decís? - pregunta Andrés, extendiendo su
cuerpo hacia arriba.
- La mejor forma de vivir es tener
autoestima -
contesta Álvaro, y continúa: Para tener
autoestima, lo primero que hay que hacer es conocer tu cuerpo; y la mejor forma
de conocer tu cuerpo es conocer otros cuerpos.
-
¿Qué cuerpos? - vuelve a preguntar Andrés, no
entendiendo, y toma un trago.
-
Todos los cuerpos - contesta Álvaro verborrágico. Esta mesa, este vaso, esta silla, sus patas,
las paredes, las flores, a la gente que nos rodea, a todos ellos; a todo.
Alejandra interrumpe, lo mira a Álvaro y dice:
-
Pero eso es ser solo un toquetón. Álvaro queda en silencio unos
segundos y responde:
-
Puede que sí, Alejandra. Puede que
eso sea solo ser un toquetón
- y se sonríe livianamente.
Al
poco tiempo, todos ellos se retiran del lugar. Sé que Alejandra se fue con dos
monedas en sus bolsillos. Sé que Andrés se fue con menos dinero en su billetera
que la que tenía al tiempo que llegó. Y sé también que a Álvaro le quedó
resonando en su cabeza lo dicho por Alejandra. “Pero eso es ser solo un
toquetón”, era una frase que condenaba a la más vulgar simpleza toda su
reflexión. Su vida misma.