sábado, 5 de abril de 2025

Algunas notas de cuaderno (3)




Es el primer amor. Para que quiero otro.

Escribiendo a media noche en un pub, se me perdió mi birome. Ojo que no es cualquier birome, es “mi” birome. No tenía el cuaderno pero en el bolsillo del saco encontré unas hojas sueltas estilo anotadores. Las apoyé en una pequeña superficie de la mesa de al lado donde un grupo de chicas se hacían una sesión de fotografías. Empecé a escribir sobre lo ocurrido horas atrás al estilo crónica, al estilo relato de experiencia, quería avanzar con el trabajo de exponer el proyecto. Alguien me interrumpe, así que dejo de escribir, dejando también las hojas y la birome en la mesa que no era la mesa de mi grupo, sino de las chicas, pero que la elegí por una cuestión de altura, de comodidad y por un poco de atracción femenina. Me doy vuelta, contesto y observo que había dejado armado un cigarrillo en la cabecera del sofá que estaba a mi lado. Digo, “voy a fumar y vuelvo”, me levanto y voy al patio. Sin encendedor, lo empecé a pedir prestado, y en ese rato los integrantes de mi grupo también salieron al patio, cada uno de ellos con una cerveza en la mano. No volvimos más a la mesa hasta que me acorde, justo antes de irme, que no cargaba con las hojas que había escrito. Volví a la mesa, junte las hojas, las puse en el bolsillo delantero de mi saco y me fui. Cuando llegue al estudio, vacié todos mis bolsillos y no encontré la birome. Rápidamente me di cuenta que la había perdido, que la había dejado con las hojas arriba de la mesa pero que ahí no estaba. Me lamente y me puse a leer lo que había escrito por última vez con esa birome. Me encontré con la frase de la foto, una esencia devenida en esa tipografía. Esa era mi birome pero no era mi mano. Deduje que la persona que escribió aquello la dejo allí para que alguien la encuentre, y las probabilidades de que ese alguien sea yo eran altas, en tanto también había altas probabilidades de que en algún momento me diere cuenta de mi perdida y volviera a esa mesa donde hace rato había un grupo de chicas haciéndose una sesión de fotografías. Pero la birome no estaba, lo cual también las probabilidades de que la misma persona que escribió aquello se la haya llevado son altas, dejando un mensaje como compensación de una acción que puede verse un tanto reprochable. De todas maneras, deje de lamentarme y comprendí que no había forma más hermosa de perder una birome. Encontrando una historia. Encontrando un alma. Una conexión misteriosa.




No es salvaje es sálvese 

Si ser salvaje es entrar al carril, cruzar al baño, salir drogado, pegarse a la masa. El nombre nunca estuvo tan equivocado. No es salvaje es sálvese. 




Contame tu imaginación


Me escapé del demonio.
O no... de vuelta, en mis espaldas.

—¿Qué tenés ahí? —me preguntó, señalando el cuaderno.

No respondí ni rápido ni certero —aunque me levanté de prisa—
pero recuerdo que, en el torrente de palabras lanzadas sin conectores alguno,
estaba la palabra imaginación.

Contame tu imaginación, fue entonces lo que me dijo.

La propuesta, el tono...
me resultó majestuoso.
Con diamantes en sus dientes, que me abrí de manos,
me acerqué a su cuerpo,
conversé mintiendo,
siempre con el cuaderno cerrado,
siempre con la excusa de otro día,
de atrás para adelante,
nunca acá,
nunca quieto,
nunca en el medio.

Me fui.
Me alejé.
Me despedí de esa forma.

Caí al suelo,
me senté en un sillón de cuero,
me movieron del pasillo,
de la pared cercana,
de la silla de madera;
del lugar indicado,
el ombligo del mundo,
la boca de lobo,
la profundidad del asombro.

Acepté el trato con la condición de la existencia de una mesa;
efectivamente había una,
de madera,
grande y baja,
más cerca del piso, de la tierra.

Renovamos los tragos,
sentí el frío en mis labios,
y me dispuse a ver la pantalla,
la película,
la escenografía,
sus actores, sus actrices.

Entonces:
¿es esto el precio de la entrada?, me pregunté.

Un cuerpo humano con decenas de narices.
Un colectivo,
uno a uno conectados,
todos a un mismo circuito,
a una misma fase.

Volví al cuaderno, 

a mis obligaciones.

Un cigarrillo armado de ansiedad.

Alan quería entrar en la pantalla.
Yo prefería que no,
ya me había costado salir.

Y además no tenía problemas en quedarme solo...
es más: lo deseaba.

Es cierto,
el sillón con semejante mesa y una sola botella no era armónico,
pero ya pensaba en volver al pasillo,
al lugar de paso,
al de la observación de lado,
más dinámico,
con mejor imaginación.

 

 

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