Desde un momento
memorable con Vicentico hasta revelaciones personales sobre el color azul. Este
relato busca llevarlos a través de relaciones significativas entre la música,
la poesía y encuentros fortuitos. Explorar cómo los momentos aparentemente
aleatorios cobran un profundo significado cuando se observan desde la
perspectiva de la belleza y la conexión.
Hace mucho tiempo
lo vi a Vicentico en una entrevista donde el periodista le pregunta cuál es el
tema de Cristian Castro que le gusta más; él responde azul. Ese fragmento del
video se volvió como una suerte de meme por que pronuncia la palabra azul de
una manera cómica. No recuerdo bien, pero puede que haya sido en el programa de
German Paolonski, “Diario de medianoche”, transmitido por telefe.
Una parte de la
canción de Cristian dice así:
“Azul, y es que este amor es azul como el mar Azul, como
de tu mirada nació mi ilusión, Azul como una lagrima cuando hay perdón, tan
puro y tan azul que embriago el corazón”.
El videoclip complementa la letra mostrando un grupo de personas hermosas bailando en una playa con mar,
cielo, con tonos de color celeste; también hay fiestas, recitales, fotografías,
alegría, en fin, una celebración visual de la vida.
Vicentico me gusta,
mucho más él que los fabulosos; me atrae con sus melodías sencillas y letras
profundas. Recuerdo una vez en la que le pregunte a una chica que me gustaba
mucho cuál era su cantante argentino favorito. Ella me respondió que nunca se
había puesto a pensar en eso. Yo le dije que Vicentico y ella sorpresivamente
me dijo que también. Justo sonaba “Ya no te quiero” en la radio.
Tras varios meses
sin hablar con ella, me entere que Vicentico se presentaba en la ciudad de
Encarnación. Por alguna razón, yo sabía que ella estaba trabajando allá, así
que le envié un msj. diciéndole: “Vicentico estará en Encarnación el día tal…
en el lugar tal… a la hora tal… te aviso por si te interesa”. Ella me contesto
con un “gracias por acordarte”. Y esa fue nuestra última conversación.
Lo anterior sucedió
aproximadamente en el año 2011. Unos años antes yo ya había empezado a explorar
mi propia escritura, escribiendo mis primeras canciones, poesías, y algunos
relatos autobiográficos. De toda esa camada de escritos iniciales, que los
tengo guardados en una computadora vieja en la casa de mis padres en un archivo
titulado LT, siempre me llamo la atención una poesía de prosa que cuando la
podía compartir lo hacía. Dice así:
Alocados. Una noche de
verano se tocaban las manos. Invencibles. E invisibles para los ojos del
leopardo. Azul a rayas. Mirando de costado; de reojo.
De arriba la noche.
Con sus ojos abiertos. Pispéan la belleza del amor. Tomados de la mano.
¿Quiénes son? ¿Quiénes son?
Una ráfaga. Un
torbellino. Degradándose paulatinamente, a medida que el sol golpea el
horizonte. Y de nuevo los otros. Mediadores a la inversa, en el medio de
nosotros.
Y todo a acaba. Todo
lo mismo.
Todos esos textos
fueron escritos en un periodo de 6 o 7 años. El archivo es solo una dispersión
de palabras realizadas, mayormente en noches de soledad. Luego lo abandoné, y
empecé a escribir esa dispersión en mi cuaderno de mano. O, mejor dicho, empecé
a escribir “mas” en mi cuaderno. La computadora solo la utilizaba para
transcribir, corregir y sistematizar los relatos y los cuentos con títulos
provisorios. El cuaderno era algo público, y como lo podía trasladar a un bar o
a una plaza, me servía para estar solo y acompañado a la vez. De ahí mi frase:
“Escribir es un acto solitario, pero escribir en un bar es un acto
socialista”.
Al cumplir 21 años
ya casi había dejado de escribir poesía, y empecé a escribir mis primeras
reseñas, especialmente sobre películas; todos ellos bocetos y ninguno
publicado. Poco tiempo después, mis primeros artículos sobre cuestiones
políticas y jurídicas; también bocetos y ninguno publicado. Así sigo hasta el día
hoy, escribiendo mucho, publicando poco.
Meses atrás me fui
a la peña “Misionero y Guaraní” a ver un recital de Cecí Moya. La invitación
vino de María, pero como era yo el que tenía el contacto del organizador me
encargué de reservar una mesa. Renzo me guardo un lugar para tres en frente del
escenario, a la altura del centro. En la silla había un papelito que decía:
“Roque Pérez, reservado para tres”. María me lo mostro, se rio, y me pregunto
si era joda. Yo le dije que bueno… Roque Pérez era abogado y Lopez Torres
médico, así que no estaban muy lejos y también me reí. Era el mejor lugar para
escuchar la música, con el sonido revotándote en el pecho, lo que me genero
alegría.
Llegamos temprano y
a los 10 minutos apareció una amiga de María. Conversamos, tomamos unas copas
de vino y yo salí a fumar un cigarrillo solo, justo antes de que empiece el
recital. Cecilia estaba con su guitarra acústica y una banda con batería, guitarra
eléctrica, bajo y teclado. Todo sonaba muy bien y el escenario estaba bien
montado, o al menos eso me pareció a mí. A esas alturas yo me sentía muy bien y
todo lo veía con buena cara.
El segundo tema del
repertorio me llamo la atención y sentí esas conexiones raras que cada tanto
suceden a lo largo de una corta vida. Parte del tema decía así:
Algún día vas a ser como el sol, ardiendo en la frente
del amor, de adentro hacia fuera tu voz, me busca.
Algún día voy a ser como vos, no me podre olvidar tu
color, de adentro hacia fuera tu voz, me gusta, tu voz me gusta.
Azul eléctrico interior, siempre queriendo ser más libre
que yo.
La canción se llama
“Eléctrico interior”, y cuando dejo de sonar me acerqué a María y le dije que
el tema mencionaba en una frase el color azul. Ella no me entendió mucho, pero
para mí eso era todo un mensaje ya que meses antes me había enterado, de una
forma un tanto extraña, que mi color, según la astrología Maya, era el azul; lo
que en realidad solo era la afirmación de algo que yo lo sabía ocultamente,
pero no por eso menos importante, sino todo lo contrario.
Desde ese momento
me hice la idea de que el evento había sido organizado a mi favor. Todo ello se
había despertado en mi por la sola mención de la palabra azul en un contexto de
luces y de música alta. El recuerdo de Vicentico y de esa entrevista, de la
chica que me enamore cuando era un adolecente, de la canción de Cristian Castro
con el mar de fondo, de la poesía que escribí hace años, de cómo me entere que
mi color era el azul, de la invitación de María a ese recital, de la
composición de esa canción, de la ubicación que me asigno Renzo, y de cómo todo
parecía transformarse en hermosas coincidencias.
En aquel entonces,
estaba leyendo “La insoportable levedad del ser” de Milán Kundera. En un
fragmento de esa maravillosa obra, el escritor reflexiona que el hombre que
está llevado por su sentido de la belleza, convierte un acontecimiento casual
en un motivo que pasa a formar parte de la composición de su vida; y que todo
aquel ciego en su vida cotidiana con respecto a tales casualidades, deja así
que su existencia pierda toda dimensión de belleza.
Yo ese día estaba
hermoso, y azul.
Lo anterior es parte del conjunto de relatos que busco publicar cada 15 días. Si te interesa leerlos, podés suscribirte a este blog bien abajo. Si te gustan, los podés compartir. También te cuento que en queriendover.blogspot.com escribo sobre temas relacionados al derecho, la política y la cultura. Lo segundo es el aula, esto es el recreo.
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