La llegada de una persona especial desencadena una serie de eventos que llevan a una decisión crucial: regresar a la cotidianidad de Posadas o alejarse aún más.
Si nadie se me acerca, yo no me
acerco. Si nadie me habla, yo no hablo. Nadie se me acerca. Nadie me habla.
Disfruto de eso. Escribo y fumo a mí ritmo. Hago lo que me da la ganas. Creo
que iré a la cantina a comprar una cerveza. La noche esta encapotada. Los
relámpagos amenazan una tormenta que aun no sé desata. La calle está ocupada de
gente. El espacio público en abundancia. Todos hablan. No escucho mas que
imprecisiones. En este momento te extraño. Me gustaria conversar con vos. Tomar
un whisky o una cerveza. Toda la semana pensando en vos. ¿Qué será de tu vida?
¿Por qué no estas aquí, en el teatro? Quiero verte. Acariciarte el hombro. ¿Te
escribo o sigo con la aventura? Pasa una chica a mi lado con una botella en la
mano. Me dio ganas de buscar mi botella de whisky al auto. No sé qué hacer.
Debería caminar tres cuadras. De repente pienso y me doy cuenta que no estoy
tan mal. No me duele el cuerpo, estoy lucido y consciente. La chica de la
botella pasa otra vez a mi lado, esta vez más cerca y la veo mejor. Tiene esos
collares negros apretados al cuello que tanto me gustan. ¿Tendré que ir a
buscar el whisky? Son tres cuadras. Se hablo tanto de derechos humanos que me
pusieron en estado de alerta. Debería estar contento…. Me permito ser creativo.
Al diablo. Te voy a escribir. Ya no se cual es la fuerza de la costumbre, si
estar con vos o no estarlo, pero sino te escribo, me matare por la falta de
sentido. Y lo miro a Camus, en la tapa de un libro que tiene en la otra mano,
libre de la botella, la chica del collar negro al cuello. Y la escucho decir a
sus amigas: - “siempre es lo mismo, siempre son los mismos”, en tono de queja
hacia esta ciudad pequeña y ardiente. Yo me acerco y le digo: - “vayámonos, tengo el auto a solo tres cuadras
de distancia”.
Ya en el auto pongo música, un
disco de los Rolling Stones que me gusta mucho, Sticky Fingers. Le digo que
cuando crucemos el puente que divide la ciudad lo pondré mas fuerte. Agarro la
botella de Whisky del asiento de atrás y la bebo del pico, ella también hace lo
mismo. Tiene esos collares llamados choker. Una vez leí que en Francia, en el
siglo XIX, las mujeres que llevaban una cinta negra en el cuello eran
prostitutas. La representación esta en la pintura “Olympia” de Manet. Luego de
leer eso me di cuenta que esa pintura estaba encuadrada en mi biblioteca.
Recién pude darme cuenta por que la había elegido.
Ella me pregunta por qué subir la
música al cruzar un puente, le respondo que me gusta el concepto de puente, la
unidad entre dos lados, ella me dice que le gustaria fumar un porro mientras
cruzamos, yo le digo que hace mucho ya no fumo, ella me pregunta por qué, le
contesto que me desequilibra mentalmente y a veces me pongo violento, me dice
que ella si va a fumar, le digo que esta bien.
Al ingresar al puente subo el
volumen, sonaba “can t you hear me knocking”, ella enciende el porro, fuma, y
saca la cabeza por la ventanilla. Tenia puesto un vestido liviano negro y
zapatillas blancas tipo Topper; le pregunto si le gustaria pasar la noche en un
parador sobre la ruta 12 cerca de Iguazú, agregue que me gustaba ese lugar porque
me hacía creer que estaba en una pelicula Norteamericana, ella se rio y me dijo
que no tenía problemas, que cuanto mas lejos de Posadas estemos, mejor.
Cuando llegamos al parador, en la
recepción aun había gente despierta, después de todo recién se hacia la media
noche; pedí una habitación e ingresamos en ese monoambiente con una cama doble,
una cucheta y un baño muy pequeño. En frente, del otro lado de la ruta, había
un maxi kiosco y fuimos a comprar cervezas. Luego nos encerramos en la
habitación. El lugar tenía un frigobar y una televisión colgada arriba de la
puerta de entrada. Pusimos un canal de música y nos acostamos a beber y
charlar. Le pedí que me leyera algo del libro de Camus que sabía tenía. Ella lo
saco de una carterita de cuero cruzada y me lo leyó.
“La única verdadera salida -dice-
está precisamente allí donde no hay salida alguna para el juicio humano. Si no
¿para que necesitaríamos a Dios? No se vuelve uno hacia Dios sino para obtener
lo imposible. Para lo posible, se bastan los hombres”. Leía el mito de Sísifo.
Reflexioné y comenté que a veces
yo también me quería morir. Ella me dijo que no quería morirse, que solo quería
alejarse de Posadas. Sali a fumar un cigarrillo en la corta galería de
enfrente, observaba las luces de los autos que viajaban por la ruta a una
velocidad media. Siento que me llega un mensaje y agarro mi celular que lo
tenia en uno de mis bolsillos. – "mañana
si queres nos vemos". No me gusto el
mensaje por que me llevaba a la exigencia de una elección. Miré por la ventana
y la vi a ella acostada boca abajo leyendo el libro, se había sacada sus
zapatillas blancas y estaban en la punta de la cama, ambas dadas vueltas. A mi aún me quedaba un mes de vacaciones y bastante dinero en la tarjeta. Ahora
tenia que elegir si volver a Posadas o alejarme aún más.
Lo anterior es parte del conjunto
de relatos que busco publicar cada 15 días. Si te interesa leerlos, podés
suscribirte a este blog bien abajo. Si te gustan, los podés compartir. También
te cuento que en queriendover.blogspot.com escribo sobre temas relacionados
al derecho, la política y la cultura. Lo segundo es el aula, esto es el recreo.
Me siento frente a una mesa,
apoyo mi cuaderno y comienzo a escribir. Las hojas de mi cuaderno se están
agotando, y cuando esto ocurra, su destino será un mueble, junto con otros
cuadernos que han pasado por lo mismo.
Al terminar un cuaderno, siento que
también se completa una parte de mí, algo distante y profundo, como un suspiro
de vida desvaneciéndose. Reflexionando, nunca he vuelto a abrir un cuaderno
terminado. Quizás esto me inquiete; quizás experimente la misma sensación que
al mirar una foto de joven. En él, no solo hay escritos; también folletos de
museos, entradas de teatro, hojas de árboles, algún sobre, separadores, poesía
en papeles rotos, fotografías, tarjetas de sujetos que aún las usan para
presentarse, en fin; una amalgama de objetos que evocan situaciones que en su
momento no parecían especiales, como ahora sí.
Es curioso, pero mientras
escribo, soy consciente de que estoy agotando este cuaderno y lo relego al
olvido, a una oscuridad que difícilmente alguien iluminará. He compartido tanto
tiempo con él, en distintos lugares, escuchando voces variadas, nutriéndose con
la luz del día y la noche. Ahora, está a punto de quedarse quieto como un
cuadro en la pared, pero cubierto solo por tapas lisas que no lograrán expresar
su contenido.
Antes de llegar aquí y sentarme a
escribir, recorrí en bicicleta el centro de la ciudad. Visité la librería en
busca de un libro encargado hace dos semanas, pero aún no había llegado. En su
lugar, encontré un libro de poesías que captó mi interés, ya que días atrás,
para el cumpleaños de mi madre, había impreso algunos poemas de ese mismo libro
en digital. Terminé comprándolo. Hable con Ivana sobre el feminismo a raíz del
título "El segundo sexo" de Simone de Beauvoir, que reposaba en una
mesa junto con otros libros. Pregunté por su valor, pero ella me expreso que
ese libro no estaba a la venta, revelando que concebía el mercado de una manera
no convencional. Dijo- no, no, afirmando
con su rostro, y enseguida lo agarro y lo guardo.
La conversación, como suele ocurrir
con ella, divagó hacia distintos lugares, y me preguntó si conocía a una
cantante negra de blues, que según ella era una figura destacada en la
liberación femenina. Respondí que no, aunque me quedé pensando si
verdaderamente no la conocía. Recordé a otra cantante negra de blues que había
fallecido recientemente; Tina Turner se convirtió en el nombre de mi habitación
en un hostel en Bariloche. Ivana colocó un disco de vinilo y volvió a
preguntar. - ¿La conoces? Respondí
nuevamente que no, sin revelar que estuve pensando en alguien.
Tras unas palabras más, salí con
mi nuevo libro de poesías. Creí ver a alguien cruzar la calle, pero fue solo
una ilusión. Subí a la bicicleta y fui al museo, observé cuadros, escuché
música con auriculares. Luego, recorrí la ciudad en busca de alguna presencia,
pero todo fue en vano. Decidí detenerme en una cervecería junto a una casa
antigua que me agrada. Las veces que
voy allí me siento en la vereda de esa edificación, nunca en la vereda del bar.
Yo quiero estar en otro lado, pero me veo en la necesidad de usar la barra de
esa cervecería y simular con un trago mi gusto raro. Leí poesía en voz
alta para mí mismo, con la imagen de alguien persistente en mi mente. Retomé la
bicicleta y exploré lugares del centro a los que no había ido, miré interiores,
pero no encontré a nadie. Decidí ir a otra cervecería que sabía era más
concurrida, aunque al llegar, me di cuenta de que estaba vacía. Aun así, me
senté, apoyé mi cuaderno y comencé a escribir, con la esperanza de que alguien pasara
por allí, en algún momento, ya sea en auto, en bici, caminando; solo quería ver
a alguien.
En el museo, en una sección, había
papeles y marcadores para que la gente escribiera sus sueños. Pegué uno en la
esquina de una mesa con la frase: "Mi sueño es volver a ver a alguien".
Sigo aquí escribiendo, sin poder
encontrar a nadie. Mi cuaderno se agota, y no hay testigo de ello.
Francis
Francis había buscado recapacitar sobre su locura, pensando hacia atrás.
Francis no quería buscar nada adentro de sus entrañas. No quería ver cada cosa
en su lugar.
Habían sido semanas complicadas. Se acababa fin de año y lo que podía
apreciar al corto plazo, no tenia mucha similitud con lo que había planificado
meses atrás.
En su campera de jean, una herencia de su padre devenida de la moda de los
años 50, había encontrado en uno de sus bolsillos notas sobre posibles destinos
veraniegos. Costa de mar, lago de montaña, o viñedos. El camino del vino en
Mendoza, decía una de ellas.
Francis, a estas alturas, no es que se haya olvido de aquello, sino que lo
empezaba a observar desde muy lejos, y su imaginación se empezó achicar como un
globo que se desinfla.
Francis, no se sentía bien.
Primero fue su pierna, fractura expuesta a la altura de la rodilla. Dolió;
fue un golpe duro. Aun así, Francis lo tomo con postura y madurez. Al instante
del quiebre, pensó en su padre, ya que en ese momento tenía puesta la campera
de jean. Pensó en el merecimiento de la tragedia, y se convenció a si mismo,
que así debería ser.
Pasaron los días, las cosas se acomodaron un poco, la rodilla sanó, y el
animo fue suficiente para poder disimular una cercanía lo mas corrido hacia lo
correcto.
Sin embargo, a medida que los
días avanzaban, Francis notó que algo más estaba fracturado dentro de él. Las
sombras de la duda y la inquietud se cernían sobre su mente, como nubarrones
que amenazaban con convertirse en tormenta.
Su trabajo, que alguna vez fue su
fuente de satisfacción, ahora se le antojaba como una jaula que limitaba sus
sueños y aspiraciones. Luego del accidente, su pierna le impedía moverse con la
facilidad de antes. Su labor, que consistía en realizar notas periodísticas en
la calle, se tornaba difícil por el ritmo de los días. Había veces, por ej. que
el camarógrafo filmaba la escena, y él llegaba segundos después con el
micrófono. Una mañana, su jefe le dijo, - así
no podés seguir, y lo despidió sin más.
Al perder el empleo, perdió
dinero, y eso lo obligo a mudarse a un lugar mas modesto. Si bien no vivía en
un lugar lujoso, su departamento tenia buena vista, y siempre eso fue un motivo
para alegrarse. Ahora se iría a planta baja, hacia el fondo de un pasillo largo
y con poca luz.
Una tarde, mientras ordenaba su
nuevo cuarto, reviso en los bolsillos de su campera de jean, vio las notas de
destinos veraniegos y algo hizo clic en su cabeza. Recordó el mar, el lago, los
viñedos; y sintió que era la señal que necesitaba para escapar de la rutina que
lo aprisionaba. Decidió que, a pesar de las complicaciones y las semanas
difíciles, no podía permitirse ignorar sus deseos más profundos.
Se sentó en la mesa con su
ordenador, y empezó a planificar su viaje; busco rutas, pasajes, estadías. Dejo
atrás las nuevas obligaciones laborales y la monotonía que lo envolvían.
Francis sabía que necesitaba renovar su perspectiva, buscar la cura para lo que
sea que lo aquejara.
Empacó su campera de jean, sus
notas de posibles destinos, y partió hacia Mendoza en busca de una renovación
personal. El camino del vino le ofreció no solo una experiencia sensorial
inolvidable, sino también la oportunidad de reflexionar sobre su vida y sus
elecciones. Con cada copa de vino, Francis sintió cómo la pesadez de sus
preocupaciones se disipaba y cómo la belleza del entorno le devolvía la
claridad mental que buscaba.
Durante esos días, Francis
exploró viñedos, probó diferentes variedades de vinos, quesos, aceitunas,
mujeres hermosas, y se sumergió en la cultura local. Con cada paso que daba, se
alejaba más de la sombra de su antigua vida y se acercaba a una nueva versión
de sí mismo.
Al regresar a casa, la campera de
jean ahora cargaba no solo las notas de posibles destinos veraniegos, sino
también el aroma de la aventura y la libertad. Francis comprendió que, a veces,
es necesario alejarse de la realidad para encontrar la verdad que reside dentro
de uno mismo. Alejarse del circulo por donde uno transita la mayor parte del
tiempo.
Con una pierna completamente
curada y el corazón renovado, estaba listo para enfrentar el futuro con una
perspectiva más amplia y una determinación renovada.
Monedas
Estoy
al borde de pensar en una locura interminable - pensó. Soñar con un espacio de
color alusivo. El color no se puede pensar; no puede ser definido; solo se da.
Lo vemos, nos atenemos a él y decimos: es rojo, es azul; es verde. Es una cualidad;
es el mundo en el que vivimos y viviremos. Un contexto irracional. La ilusión
de un sueño que nos hace despertar, en la cama, transpiramos, estamos inquietos
y avergonzados. El mundo de los sueños y de los colores es tan real como una
piedra en un zapato gastado. Como el punto más pequeño de la piedra, posible de
percibir y entender. La verdad no deja de ser, solo la opinión de un hombre
pasado que se consagra en el presente, como la realidad misma, que desciende anónimamente
sobre la tierra. Sobre nuestra generación…
Álvaro
había comprado dos monedas para la reserva de un próximo tiempo. Cuando los
bares venden objetos cuyo valor equivale a un vaso de cerveza, lo hacen con el
fin de que el acto de comprar sea aún más animado de lo que ya es comprar un
vaso de cerveza, en la noche, en un patio, escuchando a Queen. Si pensamos
bien, la venta es de la moneda y no de la cerveza, ya que se podrían comprar
100 monedas y llevárselas todas en los bolsillos. Sentir monedas en los
bolsillos sería como sentir un vaso de cerveza en él, sin tanto peso y sin
humedad, claro. A su vez, se hace más sencillo invitar un trago a una chica, ya
que solo quedaría regalar una de las monedas y no tener que sacar unos cuantos
billetes de alguna billetera, metida en algún pantalón. También, la chica se
sentiría menos prostituta por no recibir dinero y recibir solo una moneda. Más
allá de la equivalencia entre una moneda y una cerveza, el acto esconde un
elemento importante, y es que la chica no podrá irse con la moneda a tomar el
vaso de cerveza en otro bar, ya que el intercambio se da solo en un solo lugar.
De este modo, se lograría que nadie escape. Todo esto, también es más estético
y creo que un director de cine lo pensaría de esa forma; eligiendo una moneda
que sea de color rojo, un flaco que sea como Andrés y una flaca que sea como
Alejandra.
Andrés
es un joven de estatura media con una complexión física atlética. Su cabello
castaño claro y despeinado, le da un aspecto relajado. Alejandra, tiene un
cabello oscuro que cae en ondas, enmarcando un rostro expresivo y decidido.
Lleva un estilo de vestir elegante, pero cómodo, con cierto toque de
individualidad.
En
definitiva, lo expuesto aquí es identificable a reglas determinadas en un
espacio concreto, y esto configura un ejercicio abusivo, que casi siempre es
del dueño hacia sus clientes. Es por eso que, a Álvaro, no le gustan los
lugares con tales prácticas de consumo; porque no le gusta verse dominado. Aun
así, no puede negar que, a pesar, la situación se presentó liberadora y el
tiempo pasó claro y ligero como una estrella en el firmamento. Hace tiempo que
no me siento tan liberado y no me pongo esta campera -piensa. ¿Cuándo fue la última vez que sentí una gota
de lluvia en mis dedos? -se pregunta y no se puede responder.
Suena
Radio Ga de Queen.
-Que en lugar haya cuerpos es una
buena noticia -
comenta Álvaro, en la mesa.
-¿Por qué lo decís? - pregunta Andrés, extendiendo su
cuerpo hacia arriba.
-La mejor forma de vivir es tener
autoestima -
contesta Álvaro, y continúa: Para tener
autoestima, lo primero que hay que hacer es conocer tu cuerpo; y la mejor forma
de conocer tu cuerpo es conocer otros cuerpos.
-¿Qué cuerpos? - vuelve a preguntar Andrés, no
entendiendo, y toma un trago.
-Todos los cuerpos - contesta Álvaro verborrágico. Esta mesa, este vaso, esta silla, sus patas,
las paredes, las flores, a la gente que nos rodea, a todos ellos; a todo.
Alejandra interrumpe, lo mira a Álvaro y dice:
-Pero eso es ser solo un toquetón. Álvaro queda en silencio unos
segundos y responde:
-Puede que sí, Alejandra. Puede que
eso sea solo ser un toquetón
- y se sonríe livianamente.
Al
poco tiempo, todos ellos se retiran del lugar. Sé que Alejandra se fue con dos
monedas en sus bolsillos. Sé que Andrés se fue con menos dinero en su billetera
que la que tenía al tiempo que llegó. Y sé también que a Álvaro le quedó
resonando en su cabeza lo dicho por Alejandra. “Pero eso es ser solo un
toquetón”, era una frase que condenaba a la más vulgar simpleza toda su
reflexión. Su vida misma.
Había inundaciones y saltaba charcos de arena para no mojar mi sombrero de suela color marrón.
Mis dedos se doblaron y
yo quería ser un planeta.
Cuando toque tu rostro con una mano, comunique a la
otra, que sostenga el cuerpo apoyándola en la pared de la esquina de aquel pueblo pacifico.
El agua mojo mi frente y
yo quería ser un planeta, y mire por la vidriera.
Aunque ya estaba llegando, no había forma de
abrigarme de la luz que entraba entre medianeras, y decidí estirar las mangas de mi saco y
reducir mis brazos.
Yo quería ser un planeta,
cuando el fuego se reflejó en la lluvia brillando hacia las praderas, yo, lo único
que quería, era ser un planeta, para ver tus ojos durante el día cuando todavía
es de noche, cuando todavía la luz es interna.
Y Almustafá guardo silencio, y miró a lo lejos hacia las
colinas y hacia el vasto espacio etéreo, y se advertía que en su silencio se
libraba una batalla:
Entonces dijo: “amigos míos y compañeros del camino;
compadeced la nación hinchada de creencias y vacía de religión”.
“Compadeced a la nación que viste telas que ella no ha
tejido, come un pan que no ha sembrado, y bebe un vino que no fluye de su
propio lagar”.
“Compadeced a la nación que aclama al espadachín pendenciero
como a un héroe, y que considera al fastuoso conquistador como a un bienhechor”.
“Compadeced a la nación que no alza su voz sino cuando
marcha a un funeral, no se jacta sino en medio de sus ruinas, y no se rebela
sino cuando tiene el cuello entre el hacha del verdugo y el patíbulo”.
“Compadeced a la nación en que los sabios son mudos
cargados de años y cuyos hombres fuertes están todavía en la cuna”.
“Compadeced a la nación partida en pedazos, y en la cual
cada pedazo se considera a sí mismo una nación”.
El profesor se
enoja y dice, por medio de un correo, a sus alumnos: “ya me cansé, escriban
algo sincero”.
Al otro día, en
clases de videollamada, agradece a todos los que escribieron y empieza a leer
en vos alta algunos de los textos. Particularmente uno decía así: “Soy Juan, y
ya me di cuenta que en mi vida nunca sucederá nada increíble”.
A los pocos
minutos, el profesor abandona la clase tirando su notebook a un lado y empieza
a conversar con su amiga, sabiendo que se acercaba la muerte hacia su corazon.
Se me escapan una
cantidad importante de detalles, pero lo que me interesa decir, es que en
ese momento, tan crucial, él confiesa: “la gente es increíble”.
Me parece, que al
menos una de las cosas que busca decir el guion, es que lo increíble esta
oculto en todos y cada uno de nosotros, aunque muy pocos lo sepan.
Creo que el
profesor entendió que aquel Juan, diciendo tal cosa, estaba haciendo allí algo increíble.
Además, su afán de
decirle, todas las veces que podía a su hija: “sos increíble, nunca lo olvides”,
confirma la posición.
Entonces, lo increíble se trata del reconocimiento.
La pelicula "El hombre elefante" nos permite ver la idea que se desprende del art. 51 del código civil y comercial de la nación Argentina. "El reconocimiento" de la persona humana devenida de la idea de dignidad humana, y esta de la idea de solidaridad.
La relación entre el hombre y el mundo. La forma de ver el mundo en relación a nuestra imagen. La imagen que el mundo crea de nosotros.
¿Quién es el monstruo? ¿Adonde esta la deformación?
Permítanme
hacer algunas reflexiones sobre ciertas cuestiones de la obra: "Mas liviano que el aire" vista en el teatro Vicente Cidade de la ciudad de Posadas el día 26 de agosto del año 2023.
El
recurso de mirar al publico detenidamente me parece inadecuado y
poco efectivo en una obra teatral. Si una obra de teatro es la reproducción, en
parte o total, de la vida en un escenario, esa experiencia no existe, ya que no
hay sujeto en la vida real que se quede mirando detenidamente a un público
particular, que por alguna particularidad también lo mira a este. Entiendo que
esta rotura de la ilusión puede ser salvada, si existiera una creencia de mirar
estrellas, y hacer del publico ellas. Al parecer esto puede ser una falta atribuida
al director o a la directora de la obra, que seguramente, jamás han
reflexionado sobre este punto, que, a su vez, es muy fácil de refutar. Mi parecer
es, que la mayoría de estos, siempre eligen un mismo método con el único fin de
alcanzar la facilidad.
Miren,
hablar con alguien ausente físicamente en una escena, implica un gran esfuerzo
de imaginación de los actores que sí están, y se ven en la necesidad de lograr
una transición visual, al menos relativamente genuina, a un público que los
observa. Se vera de esta manera, que la única conexión legitima que se puede
dar con el público es aquella; siendo lo demás, tal vez, pura sanata. Dar la
típica dirección de ocupar todo el escenario, o de que hacer con las manos, es
una actividad muy común para ser subida a un escenario, espacio que siempre es
exclusivo.
Mi pensamiento,
es que la dirección debería estar mas atenta de sus actores y de sus
capacidades, y no tanto del guion, para lograr de esta forma la mayor expresión
posible de estos, y así una argumentación convincente. Ahora, lo que no se
debería hacer, es creer que la tarea de dirigir se trate de un mero relleno de
formularios, como si fuera un acto de gestión, en el sentido mas lato de la
palabra.
La
escenografía, otro punto importante en la composición, no escapa a la posición
casi unánime entre escenógrafos, que no hacen mas que destruir su propia
profesión. La lógica del minimalismo, es que menos es más, pero esa formula
tiene que dar resultado. Si eso no ocurre, su tarea se resume a montar la “no”
escena. Que haya solo una mesa y dos sillas, no es más, sino menos, y seguirá siéndolo
pasado el tiempo. Esto también, de vuelta, implica mucho esfuerzo de
imaginación por parte de los actores para representar y hacer ver un objeto que
no existe en el espacio físico.
En
resumen, lo que quiero decir de una manera clara, es que el 99 % de los actores
de esta zona no viven actuando, o no viven para la actuación, o la actuación no
los hace vivir. Para ser talentoso o en todo caso, tener posibilidad de serlo,
hay que vivir actuando, o vivir para la actuación o que la actuación te haga
vivir. En esto no hay vuelta de hoja y no hay ninguna posibilidad de apelación,
porque así son las reglas de la naturaleza.
Por estas
circunstancias coyunturales, creo que se podrían tomar una de dos opciones. La
primera seria que ya no se realicen mas obras, no por prohibición sino por
vergüenza. La segunda seria que la dirección tenga exclusiva dependencia de los
actores por encima de los otros elementos. Seria algo así como: yo no elijo
primero la historia e introduzco en ella actores, sino que elijo a los actores
para que ellos mismos desarrollen la historia.
Otra
cuestión será, reivindicar la figura del escenógrafo, iniciando por supuesto,
desde su misma figura. Su reivindicación seria enfocarse en la observación y el
estudio de ambientes. El vestuario viene acompañado de esto, y la iluminación
seria la concentración de luz y sombras buscando resaltar aspectos relevantes
de un paisaje.Tanto la música, como el
silencio, deberían estar para manejar los tiempos.
El
guion parece haber quedado atrapado en toda esta telaraña mal formada y en mis
preocupaciones previas. Si bien entiendo que el conflicto inicial era, al
parecer, alguien que entraba a robar al domicilio de dos hermanas de edad
avanzada, y que ellas, logrando evitar el robo, lo encierran al ladrón en un baño. Al final, parece que todo lo habían soñado, y aquello fue tomado como un
punto de partida y una meta, para luego rellenar de contenido todo el medio.
Puede que yo este equivocado, y probablemente esto sea así, ya que me pase toda
la obra escribiendo sobre ella sin prestar demasiado atención, entendiendo que
no valía la pena hacer el esfuerzo. Solo digo que cuando la trama es tan
desordenado y caótica, y no lo digo desde un enfoque clásico, sino desde la
idea de la imposibilidad de poder entrar en los interdictos que se deberían formar por propio peso, se vuelve casi imposible poder leer con cierta holgura una obra. Uno
termina saliendo tan confundido como si hubiese recibido un gran golpe en la
cabeza.
En
última instancia, mi ausencia prolongada en el teatro de la ciudad se debe a la
falta de reciprocidad; no encuentro nada que pueda darme. Cuando el público se
toma el tiempo para asistir a una obra, se espera recibir algo a cambio. Esta
crítica no proviene de un lugar egoísta, sino de un profundo deseo de encontrar
obras que nutran y desafíen al espectador. Al fin y al cabo, soy solidario.
La obra de la que aquí hablo, me inspiró a compartir esto, aunque quizás... esto
nació por estar solo y tener una cita intima con mi cuaderno.
No me enojó que me digas
que no. Quede encantado. El “no” es como un grupo de choque. Te sacude. Hace volar
el polvo de tu solapa. Dispersa un poco la muerte. El no, es siempre un motor
de arranque de algo nuevo. Antes de algo nuevo existe un no. El sí está
sobrevalorado. El sí es continuo, como una línea. El no quiebra esa línea. No me enojó que me digas que no la otra vez.
Me gusto. Quede encantado.
- ¿Cómo está usted? - Estoy
bien. - Digo: ¿se siente bien? – Mire. Me reconstruyo a cada hora, a cada paso.
Ya no me importa que duela. Convivo y coexisto con el dolor. Cada día que despierto,
hay unos segundos en donde siento dolor. Hice de todo para evitarlo. Despertar
mas temprano, mas tarde, levantarme mas rápido, dormir con ropa, sin ropa,
dejar la ventana abierta, estar en la oscuridad… no importa, haga lo que haga, el
dolor siempre se presenta inevitablemente. Termine por darme cuenta que el
dolor es parte de mí como un pedazo de uña, y ya no me importa que duela.
Aunque en realidad, ahora sí me importa, porque deje de negarlo y no busco
hacer nada para evitar aquello que nunca se ira; así que todo lo contrario,
convivo y coexisto con “ella”, converso con ella, incluso la abrazo, como si
fuese una amiga que necesita afecto en un mundo que esta desafectado. El dolor
es intenso, pero al final hay una “gracia”, una “conversión”, como todas las
cosas. Ahora, me despierto y espero que duela. Me digo: si no me duele, no me
voy a curar. Quiero que duela todo lo que pueda aguantar mi cuerpo y mi alma, y
también más. De esa forma me voy a curar. Volveré a ser un color puro, sin ninguna
mezcla.
¿Fue esto la vida? Muy bien. Otra vez.
Nietzsche.
0
De camino al
estudio, por la Av. Urquiza, vi a una mujer parada en una esquina, creo que era
sobre la Av. Santa Catalina. Yo pasaba con el auto, lo cual mi observación no
fue del todo clara, pero aun así pude notar que se trataba de una mujer con una
belleza floreada en la piel. Su rostro, portaba una sonrisa cómplice con los demás
que sabían que ella era una mujer hermosa como también ella lo sabía.
Salía a
caminar, lo deduje por su ropa deportiva, calza y buzo rosado de algodón. A su
lado llevaba un perro con correa; y aquí se presenta el primer elemento que
contrasta con su belleza. No hay nada de lo que se pueda considerar estético,
en una persona que tiene en la mano una correo y en el otro extremo a un
animal. Mi crítica estética y ética se dispara.
En ese
momento, había ocurrido la contaminación de la bahía de El Brete. Parte del rio
del Paraná envuelto de desechos cloacales, es decir en mierda humana. Por la
posición del cuerpo de esta mujer, deduje que se dirigía hacia ese lugar, hacia
la costa, que quedaba a no más de cuatro cuadras de distancia de donde estaba.
Su prestancia física y moral no armonizaba con lo que sucedía en ese contexto
de tiempo y espacio. Mi crítica ética y política se dispara. Luego, entendí que
su sonrisa cómplice no podía ser, entre tanto la vida no permitiría tenerla por
el propio peso de su angustia, y allí mi crítica existencial se dispara. De
todo eso, no quedaba más que solo una belleza que no se extendía más allá de su
propia piel.
Me gustaría
hacer una pequeña aclaración. Cuando hago referencia a una persona con una
correa y un perro, en realidad me refiero a esa gente que hace de la correa,
del animal y de la forma de colocar la mano, como parte de su vestimenta. Como
un accesorio más, como si fuese lo mismo que utilizar un cinto o un sombrero.
Quiero decir, hacer del animal un objeto más, llevando a la misma persona que
lo sujeta a convertirse también en uno, perdiendo su condición de persona.
Cuando
llegue al estudio, me detuve en frente y me quede pensando. A veces, apenas
llego o apenas salgo me quedo pensando si verdaderamente quiero entrar o irme,
si quiero seguir con esto que hago, o quiero hacer otra cosa o no quiero hacer
nada. Si pienso mucho, me doy cuenta que este mundo no te da ningún margen para
caerte y eso me desespera un poco. Después, veo que se acerca caminando una
chica por la vereda. Cuando está a pocos metros de mi auto, la observo desde
adentro y ella también lo hace a través de los vidrios polarizados. Como ella
está afuera y yo adentro, seguramente yo la veo mejor. Ella me vera un poco en
penumbras, además yo la veo de pie, en movimiento, ella me ve quieto y sentado.
Su mirada era violenta, pesada, como enojada por todos los pasos que todavía le
faltaban por hacer para llegar a su destino. Si bien su belleza, era contraria
a la mujer vista unos minutos atrás, también afloraba en su piel, pero de un
modo diferente. Una belleza rara. Esta chica no sonreía, estaba vestida de
negro como señal de luto; su cabello rubio y su piel pálida contrastaban
perfectamente con su ropa. No llevaba ninguna correa, y en el momento justo que
paso por mi lado, saco un cigarrillo del bolsillo de su campera, se lo llevo a
la boca y lo encendió. El motivo por el cual me gustan las personas que fuman,
es que en ellas hay algo malo en su interior que necesita ser ahogado por el
humo que se inhala.
Era una
mujer atormentada. Como Alejandra. Como yo. Como lo eras vos, y por eso me
gustabas.
Una vez vos
me propusiste un: “¿qué tal si Roxana y Exequiel se van de viaje juntos?”. Lo
decías coincidiendo con nosotros, y nuestro viaje al sur. Yo no te dije nada
porque no quería mencionar que Roxana y Exequiel se terminaban separando,
volviéndose seres melancólicos y sensibles a un mundo que se apagaba a su
alrededor, ante sus ojos.
Te conté
sobre Roxana y Exequiel, te leí su historia y la cambié según tus recomendaciones.
Cuando escribía algo nuevo, te lo mostraba para que los observaras. Una vez,
cuando estaba en Mar del Plata y vos en Buenos Aires, te compartí una situación
en que Roxana y Exequiel estaban en un concierto de música clásica. A Exequiel
se le cae su lapicera sobre la alfombra roja y no logra encontrarla, porque la
lapicera era del mismo color que la alfombra. En esa búsqueda, Exequiel nota
las piernas de Roxana, sobreviniéndole la misma sensación que tendría un
mendigo al encontrar una billetera cargada de billetes, entonces, no se resiste
a tocarla, levanta levemente su pollera y descubre su tanga roja, del mismo
color que la alfombra y su birome. Eso había pasado con nosotros dos cuando
fuimos al teatro un par de meses atrás.
Lo que yo te
quería decir, era por un lado que yo pensaba mucho en vos aun estando lejos de
tu cuerpo, lejanía que ya se constituía cuando estaba a más quince metros de
distancia. Que lejos te siento hoy pero que cerca te pienso. Por otro lado, el
mensaje era como una metáfora. Exequiel se olvida de su birome al mismo tiempo
que se concentra en la tanga de Roxana. Era el dilema entre escribir o estar
con Roxana. Evidentemente Exequiel, en realidad, era un escritor como yo y no
un empresario del arte como lo había descripto en algún momento. Así que como
todo escritor, también para Exequiel era un problema cuando no escribía, y
todas las personas que ocupaban ese espacio vacío de no estar escribiendo de
una forma lo suficientemente intensa, también se volvían un problema como
persona para él.
A mí me
pasaba eso con vos, aunque no siempre y tampoco con una suficiente intensidad
de determinación. Digo, a la historia de Roxana y Exequiel la escribe en tu
casa, con vos, mientras cocinabas o hacías tazas de arcilla; lo mío no escapa
de una contradicción propia de todo ser humano, donde me pregunto, al igual que
Erdosain, el personaje de Roberto Arlt, “¿Porque existe en mi un vacío tan
inmenso, un vacío en el que mi consciencia se disuelve sin acertar con palabras
que ahuyenten mi pena de un modo eterno?”.
No quise
escribir más la historia por qué no la podía manipular con las manos. Sabía que
si no quería que se termine, lo único que podía hacer era dejar de escribir, ya
que si lo hacía no podía influir en ellos. Me había vuelto un titiritero cuyas
manos eran manejadas por sus propias marionetas. No quise escribir más sobre
ellos, pero en ese momento no te dije nada y ante tu propuesta solo sonríe y
miré lejos.
0
Exequiel no dormía mucho,
no por falta de tiempo pero sí por que dormir demasiado lo hacía soñar. Exequiel
tenía problemas con los sueños. Unos minutos de más con los ojos cerrados y el
mundo de los sueños estaba ante él. Precisamente el sueño para Exequiel era un
dilema, una incógnita, algo normal a lo que preguntarse. Después de soñar le
dolían los brazos y la cabeza. Le costaba levantarse. Vivir un sueño es
agotador. Y vivirlo tan precisamente mucho más. Había soñada con ella. Ante la
pregunta de: -¿Cómo estás? Ella respondía - Ahora feliz de tener tu lindo rostro
de nuevo cerca. Y lo abrazaba.
Exequiel, con emociones
desbordantes, no aguantaba y le besaba los cabellos, el cuello y la frente. Ella decía - ¡Para! Guarda un poco para
después. Y se reía. Para Exequiel no había un después.
Exequiel la busco a la
salida de una tienda de ropas, él tenía un descapotable, era azul con butacas
de cuero y yantas de aluminio, se fueron a un parque y se sentaron en un banco
algo escondidos, pero a la vez, a la vista de todos. Allí conversaron, él le
contó su día y ella contó todos los días que había pasado sin él.
No sé si Roxana estaba
allí. No sé si Roxana era ella o espiaba a ellos desde algún rincón detrás de
un árbol. No lo sé. Pero sé que Exequiel al menos sospechaba que Roxana estaba
allí.
Ya
sentado en el avión, mi ventanilla daba al parque de la ciudad, ruta 12, a una altura
aproximada al templo laosiano. Recordé que solo hace cuatro días atrás, estaba
del otro lado de la verja con mis amigos, viendo aviones pasar; ahora yo estoy
en uno de ellos, solo. El destino del avión es Córdoba, no tengo idea cual será
el mío. Bajare del avión y me tomare un colectivo directo al centro. Bajare en
la última parada, que es la terminal de ómnibus, y de allí caminare hasta el
hotel. Me bañare, fumare un pucho en la habitación, mirare un rato la tele, oleré
las sabanas y luego iré por un trago y algo de comer. Mientras esté comiendo, observaré
pasar chicas y escucharé conversaciones ajenas.
Miraba
el ala derecha del avión. Comienza el despegue. Los despegues son lindos. Se
siente la fuerza del motor en el pecho, la turbina que empuja algo tan pesado
hacia arriba, al cielo. Miro por la ventanilla. Literalmente, tengo el ala
derecha del avión en mi misma línea. De una forma extraña me comunico con ese
pedazo de metal. Lo observo y deseo que esa misma ala sea mi brazo derecho, haciendo
fuerza, allí en el exterior. Estoy dentro de una cabina hermética y quiero estar
afuera.
Cuando el avión se elevó, tenía la vista dirigida a Posadas. Ya no es
solo un punto concreto de la ciudad, sino toda ella. Desde el puente de la av.
Chacabuco sobre el arroyo Mártires al puente San Roque sobre el rio Paraná. De
oeste a este, de norte a sur. Pienso que la ciudad ha sido dibujada
exclusivamente para verla desde esta distancia, y además de noche. Miles de
luces forman una hermosa melodía. Me alegro de vivir allí. Me pongo
contento. Recuerdo a mis padres, a mis amigos, a algunos estudiantes, a mis
animales, recuerdo todos los rostros que alguna vez vi. Me pongo muy contento.
La punta del ala del avión tenía una luz fija y otra parpadeante. Esa luz, que en
un momento del viaje se convirtió en la única luz, junto con una estrella, me hacia vivir de una forma extraña en el exterior. Durante todo el viaje me quede mirándola.