Mi ranchera es la vida que me toca
En la mesa del rincón estoy bebiendo
Siento tanto el sentimiento que me quema
Mientras tanto por inercia voy viviendo
No hay derecho a tratarme de este modo
Pues que acaso tú me ocultas un secreto
He vivido pero no aprendí a la fuerza
A olvidarte aunque no estés conmigo
Pocas cosas son más crudas que una cruda
Quizás sea por la forma en que te fuiste
Sin un beso ni un abrazo
Mejor hubiera sido despedirte de mí con un balazo
En la cabeza tengo las preocupaciones
Y en pecho sigue el corazón abierto
Porque al tu no estar conmigo
Ya el amor está desierto
Pocas cosas son más crudas que una cruda
Quizás sea por la forma en que te fuiste
Sin un beso ni un abrazo
Mejor hubiera sido despedirte de mí con un balazo
Mi ranchera - Andres Calamaro.
Una
noche de tiempo inestable y gris, visite el museo de arte contemporáneo de Mar
del Plata para ver la exposición de Facundo Lugea, titulada "La
prolongación de nuestra inercia". El museo está frente al mar, en una zona
ventosa y fría donde el viento te hace sentir partes del cuerpo que normalmente
no se perciben, como la nariz y los parpados. Al bajar del colectivo (221) y
cruzar la calle, sentí la lluvia golpear mi cuerpo dándome cuenta que me había
olvidado la campera en el departamento.
El
museo tenía varias exposiciones y actividades para hacer. Me interesa centrarme
en esta muestra, la de Facundo, no porque me haya llamado más la atención que
al resto, sino todo lo contrario, porque mi atención se apagó allí. La que sí
me llamo la atención fue: “Verde húmedo
semi profundo” de Marta Cali. Aunque en realidad mi atención reposo sobre dos
jóvenes que me las cruce cuando salía de la sala al tiempo que ellas entraban.
Ambas, altas, delgadas, delicadas y blancas; con cabellos cortos, blusas y
polleras. Parecían actrices de películas de culto, y tanto fue la atención que
despertaron en mí, que cuando pasaron hacia mis espaldas me vi obligado a
voltear la cara para seguir viéndolas. “Estas
chicas quedan muy bien aquí”, pensé. Me refiero en esa atmosfera
museológica, con cuadros, intervenciones, paredes blancas, música experimental,
con frio y lluvia en el exterior. Me pregunto, si esas mismas chicas me
hubieran llamado la atención en otro escenario, pienso en la playa donde la
blusa y la pollera no van y sí la piel descubierta. En un mundo tan sexual como
el nuestro, la única limitación que se nos impone es nuestro propio cuerpo a la
vez que contrasta con el resto.
Estoy
seguro que estas chicas, por fuera de esa sala, del museo, no me hubieran
llamado la atención en lo absoluto. Aquel era su terreno, y la armonía allí
estaba asegurada. Todo aquello me hiso reflexionar y creo entender que la
atención en sí, no es otra cosa que la concentración de energía hacia un punto
concreto, y para que aquello se dé, mucho tiene que ver una sala particular,
unas chicas particulares y un clima particular; es decir: ciertas circunstancias.
Destaco
lo anterior porque la segunda sección de la muestra “la prolongación de la inercia” tiene un poco de todo ello, si se
quiere a la inversa. Son objetos, como ropas, libros, porta focos, metales,
aluminio; en fin, cosas desechables. Si bien se tiende a una representación humana
y hay una intencionalidad delicada en el armado acumulativo, sencillamente, lo
que diría es que todo ello es un montículo de basura fácil de verse en
cualquier esquina de una ciudad cualquiera. Pero al estar allí sobre una mesa
blanca, con luces especiales, con un guía, con esto y con aquello, pasa a ser
convertido en otra cosa. La autoridad epistémica que rodea el objeto haciéndolo
tan hermético que hasta puede desaparecer.
Fue
por esto que no me llamo la atención que todo ello no me llamo la atención;
porque el museo no es el terreno para exponer basura, de la misma forma que
esas chicas no pueden ser expuestas en la playa, porque no llamarían la
atención y seria una muy mala forma de desperdiciar cuerpos que son hermosos en
el contexto correcto.
Déjenme
contar un poco más de la muestra y por qué mi interés sin llamarme la atención.
El
párrafo anterior lo escribí pasado dos o tres días de haber visto la muestra.
En ese momento no pensé nada de ello, porque de hecho no pensé demasiado. La
exposición logro generar en mi un recuerdo emocional y no racional. Me pareció sentir
al salir un pequeño ruido de rotura, como esos ruidos imperceptibles que salen
de las hojas cuando las pisas y se quiebran, en algún lugar dentro mío. El
amor, la amistad, el sexo, el conocimiento, la vida social; sirven para paliar
la soledad. Sin embargo, es un paliativo parcial, porque todos ellos conducen a
objetivar lo utilizado para atenuar la soledad, y ello no entra en el sujeto. En
este sentido el arte es distinto, siempre y cuando se contemple el objeto
artístico como medio para volver a uno, al yo. Es decir, a través del arte y no en el arte. Tal vez en el amor suceda algo
igual en tanto el amor se considere como objeto artístico.
El
inicio es un pasillo oscuro que da la simulación a un umbral. Aquí, entiendo, está
la simulación al nacer, y por qué no al morir. La muestra es un circulo como una
novela de Hesse. La primera sección, de tres, estaba cubierta
de vidrios pintados de color blanco en los lados. No permitían ver hacia afuera, aunque sin saber si alguien del
otro lado lo podía hacer hacia adentro; era una síntesis de no tener un cuerpo.
La
segunda sección son los objetos mencionados mas arriba. La tercera, un conjunto
de placas con breves oraciones, y un piso cubierto de hojas de eucalipto. Había
música de instrumentos de vientos, pero no recuerdo si provenía solo de la
tercera sección o de todas. Las placas estaban adheridas a la pared y las podías
leer ordenada o desordenadamente. La última de ellas, o la más cercana a la
puerta de salida, tenía un verso que decía: “el
final es solo el eco de nuestro principio”. Sucedió que dos mujeres
entraron a la sala por la puerta de salida y no por el umbral del inicio. La
guía, que estaba cerca, le indico que debían salir y entrar por el lugar que
correspondía. No obstante, lo que decía el ultimo verso.
De
vuelta al departamento, sobre la av. Colon en frente al museo Castagnino, la
zona mas alta de la ciudad, el mismo colectivo me dejo a dos cuadras de
distancia. Camine una cuadra, eran alrededor de las 22.30 y en las calles, como
es lógico en temporada, había una gran concurrencia de gente. Cruce la calle
Viamonte, llegue a la segunda cuadra y a los pocos pasos, una chica vestida con
un pantalón blanco liviano, me observaba.
Estaba
caminando en dirección contraria a la mía. Yo me dirigía como yendo a la ciudad
y ella como yendo al mar. Sentí en su mirada, cierta sensación de miedo, como si
yo fuera un perro grande. Me habre alejado 10 metros cuando escuché – no, hijo de
puta, y me di la vuelta para observar un robo. La chica forcejeaba con un
pibe, que tenía una remera también de color blanco, y cuando este pudo hacerse
de un objeto salió corriendo, y detrás de él salió ella impulsada por un acto
reflejo. A los 15 metros, el pibe se subió a una moto que ya estaba lista para
escapar con otro pibe al volante que también tenía una remera blanca. La moto
era grande, estilo moto cros. El trapito que estaba en frente del café “Bon Jus”
sobre la calle Viamonte, dijo – que hijos
de putas, son pibes que andas con motos caras, y no los agarras ni empedo.
En cuanto a mí, escuché el grito y salí corriendo, no sé si detrás de la chica
o del pibe ladrón. Me acerque a ella cuando ya todo había pasado y le pregunte
si estaba bien, si no le lastimaron. Esta vez, la chica no me miro y por
supuesto que tampoco me respondió. Escuche que le dijo a la madre entre llantos
– me robaron el reloj de papa. Me robaron
el reloj de papa. Inmediatamente imagine que ese objeto era un regalo del
padre, quizás ya muerto. Un valor simbólico, no de cambio.
La
cuadra que me faltaba la camine pensando, me venían preguntas que me daban
vuelta la cabeza sobre las posibilidades de resolver este flagelo social. Sabía
que si ese pibe no me robo a mí fue solo por una cuestión de suerte. La
solución es la educación y el trabajo, dicen. Pero busco una solución para hoy,
mañana o pasado, no para 10, 15 o 20 años. Estoy vivo hoy y quiero volver a ese
museo, así que quiero saber cuál es la solución a casos como estos.
En
la película 4x4, cuando el medico protagonizado por Brieva lo tiene agarrado al
ladrón (Lanzani), una parte de los espectadores piden que lo mate. Unos menos
gritan: son lacras de la sociedad. El
resabio de una comunidad bendita que se cuida de los costados y se le viene la
mierda de arriba. El otro sector, pide que lo suelte. - Dejalo a la policía. Que lo resuelva la justicia, manifiestan. Del
otro lado responden. - La policía no hace
nada. La justicia no sirve, entra por una puerta y sale por la otra. Pascal
decía que cuando la justicia no es fuerte, lo más fuerte es la justicia. Es la
justicia por mano propia. La v, pero no de victoria sino de venganza.
Final del formulario
Al
día siguiente, entre al Radio City luego de una larga caminata hasta llegar a
la peatonal en busca de las casillas que venden entradas de teatro con
descuentos. No tienen toda la oferta teatral de la ciudad, pero sí toda la
oferta teatral comercial de la ciudad. Tampoco tienen todas las butacas a
disposición, pero ofrecen una mezcla de asientos entre las primeras filas,
algunas del medio y las de atrás. En los buenos teatros desde cualquier lugar
se puede ver bien, la diferencia radica en la sensación que se puede
experimentar con la cercanía al escenario. Estar en la primera fila es
protagonizar la obra de un modo llamativo; dando la espalda al público.
Cuando
compras entradas en estas casillas no te dan lo que sería figurativamente la
entrada, es más bien un ticket que sirve para intercambiarlo por una entrada en
el teatro correspondiente a la función de la obra elegida. Mi teatro era el Radio
City que quedaba aproximadamente a ocho cuadras de donde estaba, así que camine
hasta allí. Cuando salí del teatro con mi entrada, uno de los chicos que
promocionaban los diferentes espectáculos que se daban sobre el mismo
escenario, extendió su mano y me dejo un folleto que decía: descuento del 25% si vienen dos personas
para ver la obra “el funeral de los objetos”; una obra de Buenos Aires que
vino a la costa a hacer temporada.
Pensé
en por que la gravitación del par sobre el impar y, agradecí levantando la
vista, todo en un momento sin detención. Fue entonces que me di cuenta que un
rostro neutral reposaba su mirada sobre el mío; un cuerpo humano reducido a un
rostro cálido y excitante. Era un diamante, un granel de oro en la multitud de
los rostros que se aglomeraban a la salida del teatro y en las peatonales
laterales. Bebí ese rostro en la noche, a escondidas del mar. Luego seguí mi
camino con una entrada, un folleto de descuento, y un par que lo usé de razón para vivir este accidente que es la
vida.
Desde
que soy un retoño mis padres me han traído a mojarme el cuerpo a la aguas frías
y saladas del mar de esta ciudad. Mar del Plata ha sido en el transcurso de los
años nuestro sitio vacacional; el lugar donde elegimos vivir unas semanas al
año. Aun hoy, a mis 30 años es así. Estar en la playa es un acto que motiva un
gran estudio social. Convivir con gente muy cerca a uno, cada quien, con su
sombrilla, carpa, mesa, silla, etc. El espacio de privacidad allí es un circulo
imaginario dibujado en la arena. No obstante, de vez en cuando alguien lo rompe
cruzando o tirando alguna pelota. Los espacios comunes son el resto, es decir
casi todo, además, tu lugar imaginario de privacidad lo será solo un momento,
hasta que levantes tus cosas y te retires, dejando ese mismo lugar a alguien
más. Esta dinámica de relacionarse con el otro exige un plus en lo referente a
la tolerancia y a la comprensión. Es claro que en un lugar como este no puedo
escuchar música fuerte ya que ello le podría molestar al de al lado que quizás
quiera escuchar solo el ruido del mar y leer. Si hay mucha gente en la playa
tampoco es lógico jugar a la pelota por que el riesgo de que la pelota vaya a
parar a la cabeza de alguien, que no está jugando, es muy alto. Es una obviedad
que la basura que traigo a la playa la tengo que volver a llevar. También es
una obviedad que en pleno siglo XXI sepamos que los filtros de cigarrillos no
se pueden tirar en la arena ya que al subir la marea el mar se las traga y
puede llegar a contaminar hasta 50 litros de agua. Son cosas básicas; tener una
mediana comunicación, saber hablar. No puedo fumar marihuana en una playa
familiar en donde hay niños y niñas a las que puede llegar el humo exhalado.
Con vulgaridad me refiero a la comisión de estos actos, y tantos otros que
defecan en el espacio común. Con mi familia siempre hemos estado en muchos
sitios, nos juntamos con todos, escuchamos y tratamos de ser amables.
Mantenemos nuestra visión, realidad, forma de pensar, sí, pero en contacto con
el resto. Si alguien está convencido de que su manera de proceder es la
correcta lo debería demostrar con el ejemplo para llegar de esta forma a
irradiar esa onda a los otros. Pero para ello, lógicamente, es necesario estar
abierto. Note que, en las playas más populares, las del centro, las más
multitudinarias, playas de la clase baja podríamos decir, la vulgaridad era tan
avasallante y molesta que se hacía difícil estar allí. Pero también note que,
en las playas del sur, aquellas de las fiestas electrónicas, de la juventud
radiante, de las grandes extensiones de arena, de los médanos y acantilados, de
la clase alta podríamos decir, tal vulgaridad era la misma solo que con un
paisaje diferente. Las parcelas de las playas privadas ocupan terreno público,
y si años atrás aun podías caminar observando un horizonte medianamente amplio,
hoy es imposible hacerlo. Es estar entre el mar y la cuerda que divide,
encierra, separa, el espacio público y el privado. Una atrocidad ilegal tan
abrupta como el vacío que encierran en su interior las carpas y sombrillas de
esos paradores; pocas personas en espacios amplios, muchas en espacios
pequeños, un absurdo insoportable de digerir. Si en las playas del centro podía
ser vulgar ver comer a la gente porquerías que vendían en los locales de las
playas con su basura rebosante en los lados, en las playas del sur era vulgar
ver a gente comer salmón, en restaurantes, que fue pescada por chinos
depredando día a día el mar argentino. La diferencia, entonces, entre ambos
grupos no pasa a ser la vulgaridad vs. la elegancia, si no tan solo la
posibilidad que tienen algunos de comprarse un pancho y otros de poder ir a por
un salmón. ¿Pero qué pasa con aquellos que pueden comprar un salmón pero que cada
tanto le apetece comerse un pancho?
Quisiera
cambiar la palabra elegancia por sentido común. La suficiente preparación para
vivir en común, afectando lo menos posible a los otros. Nos fuimos de un lugar
vulgar para llegar a otro, igual o más vulgar. Cuando la diferencia no pasa en
la mayor medida por la conducta de cada quien, sino tan solo en la posibilidad
de acceso por el poder adquisitivo, la vulgaridad es ponzoñosa y contagia a
mansalva. Cuando aquellos grupos que por sentirse diferentes se separan, y se
cruzan poco o nada, esa diferencia se vuelve indiferencia, es decir falta de
importancia hacia lo que hace, piensa o siente el otro. Ser indiferente es ver
a alguien tirado en la calle y no detenerse, aunque sea un segundo a
observarlo. La indiferencia solo se apaga para ver al otro, al diferente, como
alguien sospechoso y peligroso. Normalmente las emociones que se despiertan son
de repudio y odio, y luego, otra vez la indiferencia.
Mar
del Plata es la síntesis de un país desigual y decadente. Con casi la mitad de
la sociedad pobre; con bajo empleo privado; con una educación desastrosa; con
políticos paupérrimos; con medios de comunicación asquerosos; y con ejemplos
que son todo lo contrario a los ejemplos.
Pero
a pesar de todo aquí estamos, experimentando la queja en nuestro propio cuerpo.